lunes, 18 de julio de 2011

La década malagueña de Severo Ochoa

Severo Ochoa nació Luarca (Asturias) el 24 de septiembre de 1905. Hijo del matrimonio formado por el abogado Severo Manuel Ochoa y Carmen de Albornoz. Tras la muerte de su padre cuando Ochoa tenía 7 años, su madre y él se trasladaron a vivir a Málaga, donde Severo realizó sus estudios de enseñanza elemental y bachillerato. Pronto desarrolló un interés por la biología estimulado por las publicaciones del neurólogo Santiago Ramón y Cajal, primer español en ganar un premio Nobel de medicina. En 1923, se matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense. Durante sus estudios se alojó en la Residencia de Estudiantes.


Severo Ochoa, un Nobel (casi) de Málaga
Severo Ochoa en el Castillo de Gibralfaro. Fuente: Diario Sur

En 2009 el Diario Sur publicaba una extenso artículo con el título: Severo Ochoa, un Nobel (casi) de Málaga. 


"Después de asistir a un colegio privado durante algunos años, me incorporé al Instituto donde obtuve el título de bachiller en 1921. Fue en los últimos años del Instituto cuando comencé a sentirme enormemente atraído por las ciencias naturales. En gran parte fue debido, estoy seguro, a la estimulante enseñanza de un joven y brillante profesor de química, Eduardo García Rodeja". Con estas palabras comenzaba Severo Ochoa su breve autobiografía The pursuit of an hobby, traducida por él mismo como La búsqueda afanosa de una afición (Ochoa solía decir que su afición era la bioquímica) en la que señalaba Málaga como el lugar que determinó su vocación y su destino. El que estaba previsto que fuera un ingeniero asturiano decidió en Málaga ser científico. El Premio Nobel recibido hace ahora medio siglo permite evocar a quien junto con Santiago Ramón y Cajal constituye el mayor logro científico español del siglo XX.

Ian McEwan - Solar

Michael Beard es un físico que recibió hace años el Premio Nobel y desde entonces vive apoltronado en sus laureles. Tiene ahora cincuenta y pocos años y su quinto matrimonio está tocando a su fin porque Patrice, la quinta esposa, diecinueve años menor que él, descubrió su aventura con una matemática y reaccionó con una euforia inesperada. Se mudó a otra habitación y comenzó una relación con Rodney Tarpin, el constructor que les rehabilitaba la casa, veinte años menor que Beard, quien ahora sufre por la bella Patrice. Aunque quizá su dolor se deba a que desde hace años es sólo un burócrata, el director de un instituto para la investigación de las energías renovables que es poco más que un artilugio político. Entre los becarios del instituto se encuentra Tom Aldous, que tiene proyectos más ambiciosos. Y cuando una noche Tom conoce a Patrice, la combinación de adulterio en las clases ilustradas y esperpento científico deviene una comedia (no en vano esta novela ganó el Premio Wodehouse) de enredos, negra en el más puro estilo Hitchcock, con cadáver incluido. Y aquí y ahora, en este mundo en los umbrales del gran cambio climático, del temido calentamiento global...




«Nos retiene y deslumbra hasta la última página con su aguda percepción de la vida contemporánea, y su implacable suspense» (P. Kemp, The Sunday Times).

«Las incitaciones a reflexionar sobre el cambio climático abundan, y nos apremian. La opción que ha tomado McEwan es tan sorprendente como elegante; en lugar de elegir el Apocalipsis, opta por la comicidad» (Christopher Tyler, The Guardian).

«Una obra maestra de la sátira» (Lorna Bradbury, The Telegraph).

Leer un fragmento de este libro

"Ocupaba un puesto universitario honorario en Ginebra y no enseñaba allí, prestaba su nombre, su título, profesor Beard, premio Nobel, a membretes e institutos, suscribía «iniciativas internacionales», era miembro de una Comisión Real para la financiación de la ciencia, hablaba en la radio con lenguaje de profano sobre Einstein, fotones o mecánica cuántica, brindaba su consejo sobre solicitudes de becas, era asesor de tres publicaciones académicas, escribía informes y reseñas sobre la obra de sus colegas, se interesaba por los cotilleos, la política de la ciencia, las intrigas, las argucias, el aterrador nacionalismo, las sumas colosales arrancadas a ministros y burócratas ignorantes para otro acelerador más de partículas o para alquilar espacio instrumental en un satélite nuevo, asistía a congresos gigantescos en Estados Unidos –¡once mil físicos reunidos!–, escuchaba a posgraduados explicando sus investigaciones, daba con variaciones mínimas la misma serie de conferencias sobre los cálculos que apuntalaban la Combinación Beard-Einstein que le había valido el premio, concedía él mismo galardones y medallas, aceptaba títulos honoris causa y pronunciaba discursos y panegíricos al final de una cena sobre colegasjubilados o a punto de ser incinerados. Era una celebridad, por gentileza de Estocolmo, dentro de un universo restringido y especializado, e iba tirando un año tras otro, vagamente cansado de sí mismo, privado de alternativas".