viernes, 31 de julio de 2020
martes, 22 de octubre de 2013
Nocilla - Para la merienda literaria
Se acaba de publicar completa la trilogía de Fernández Mallo como Proyecto Nocilla y lo cierto es que este tipo tiene tirón y hechuras de artista de diario secreto. Ensayista, escritor, músico, poeta, y humano, dispuesto a salir de la tarta a la mínima. La narrativa de vanguardia es compleja, como la pintura, la música u otra de las que muy a pesar de algunos siguen formando parte de las bellas artes. Para más detalles, se trata de un científico de formación que aplica o ha aplicado su saber, manejando los principios de la física como preciso hacedor, al servicio de la vida. Como literato su obra arrastra el oficio de un escribidor que no duda en tirar de Tractatus, que es donde yo me quedo, en el punto 7.
Prólogo de Julio Ortega
Por primera vez reunida en un solo volumen la trilogía que cambió la historia de la literatura española
Un ambicioso proyecto en el que el Arte, con mayúsculas, toma la palabra, encarnado en hipnóticas piezas de prosa poética y microrrelatos con el poder evocador de una vieja polaroid, con la colaboración del historietista e ilustrador Pere Joan.
«Desde que en 2006 apareció en el espacio literario de esta lengua Nocilla dream, la primera versión del Proyecto Nocilla, seguida por su reversión, Nocilla experience (2008) y por su final inversión, Nocilla lab (2009), la constelación narrativa española ya no es la misma. No porque este Proyecto de una escritura en construcción refute otras opciones sino porque su radicalismo, independencia y novedad abren un espacio extraño por poco entrevisto; en lugar de una exploración de las raíces, la memoria o el pasado, Agustín Fernández Mallo se propuso un proyecto más futurista que español: la construcción de un espacio de actualidad desbordada, allí donde la escritura no se debe a la melancolía de la nacionalidad sino a la proyección de una lengua en devenir. (...)
¿Cómo definir el asombro gratuito de la primera lectura de Nocilla dream? Cada lector lo ha hecho con entusiasmo por su propia lectura, como es natural, y por vía comparativa la ha dotado de un linaje tan ilustre como actual. La suma del Proyecto nos permite verla hoy (y el término es inexhausto) como una primera lectura reiterada: siempre es otro objeto, con otra ruta de acceso.»
Julio Ortega
martes, 1 de octubre de 2013
miércoles, 12 de octubre de 2011
El elefante en la cacharrería
Como un elefante en una cacharrería, el ser humano trastorna y amenaza la diversidad de la vida en nuestro planeta. Roger Barbault describe el "desarrollo sostenible de la vida" —más de 3.000 millones de años de éxito— y describe sus secretos. Recuerda las estrategias creadoras de la vida y en particular uno de sus resortes más poderosos: la cooperación. Los seres vivos se asocian para multiplicarse mejor, para inventar nuevos modos de vida, para conquistar espacios nuevos. El autor analiza las causas de la extinción actual de especies y describe las líneas generales de una estrategia de salvagardia del medio y las especies. Una estrategia que podría enunciarse así: formemos equipo con la vida, para el presente y las generaciones futuras.
Robert Barbault (París, 1943) es profesor en la Universidad París VI y dirige el Instituto de Ecología fundamental y aplicada de la Escuela Normal Superior y el departamento de Ecología y Gestión de la Biodiversidad del Museo de París. Se ha interesado a lo largo de su carrera especialmente por la biología de poblaciones, la biodiversidad y la biología de la conservación. Es autor, entre otros libros, de Des baleines, des bactéries et des hommes (1994), La Biodiversité: introduction à la biologie de la conservation (1997) y Écologie générale: structure et fonctionnement de la biosphère (2003). Su libro El elefante en la cacherrería obtuvo el I Premio del libro sobre medio ambiente de la Fundación Veolia.
Robert Barbault: El elefante en la cacharrería.
Las dos culturas, 11,
264 páginas,
ISBN: 978-84-92422-04-3
Traducción de Javier Fernández de Castro
Etiquetas:
El elfante en la cacharrería,
Robert Barbault
lunes, 18 de julio de 2011
La década malagueña de Severo Ochoa
Severo Ochoa nació Luarca (Asturias) el 24 de septiembre de 1905. Hijo del matrimonio formado por el abogado Severo Manuel Ochoa y Carmen de Albornoz. Tras la muerte de su padre cuando Ochoa tenía 7 años, su madre y él se trasladaron a vivir a Málaga, donde Severo realizó sus estudios de enseñanza elemental y bachillerato. Pronto desarrolló un interés por la biología estimulado por las publicaciones del neurólogo Santiago Ramón y Cajal, primer español en ganar un premio Nobel de medicina. En 1923, se matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense. Durante sus estudios se alojó en la Residencia de Estudiantes.
Severo Ochoa en el Castillo de Gibralfaro. Fuente: Diario Sur
"Después de asistir a un colegio privado durante algunos años, me incorporé al Instituto donde obtuve el título de bachiller en 1921. Fue en los últimos años del Instituto cuando comencé a sentirme enormemente atraído por las ciencias naturales. En gran parte fue debido, estoy seguro, a la estimulante enseñanza de un joven y brillante profesor de química, Eduardo García Rodeja". Con estas palabras comenzaba Severo Ochoa su breve autobiografía The pursuit of an hobby, traducida por él mismo como La búsqueda afanosa de una afición (Ochoa solía decir que su afición era la bioquímica) en la que señalaba Málaga como el lugar que determinó su vocación y su destino. El que estaba previsto que fuera un ingeniero asturiano decidió en Málaga ser científico. El Premio Nobel recibido hace ahora medio siglo permite evocar a quien junto con Santiago Ramón y Cajal constituye el mayor logro científico español del siglo XX.
Etiquetas:
Gaona,
Jesuítas,
Málaga,
Severo Ochoa
Ian McEwan - Solar
Michael Beard es un físico que recibió hace años el Premio Nobel y desde entonces vive apoltronado en sus laureles. Tiene ahora cincuenta y pocos años y su quinto matrimonio está tocando a su fin porque Patrice, la quinta esposa, diecinueve años menor que él, descubrió su aventura con una matemática y reaccionó con una euforia inesperada. Se mudó a otra habitación y comenzó una relación con Rodney Tarpin, el constructor que les rehabilitaba la casa, veinte años menor que Beard, quien ahora sufre por la bella Patrice. Aunque quizá su dolor se deba a que desde hace años es sólo un burócrata, el director de un instituto para la investigación de las energías renovables que es poco más que un artilugio político. Entre los becarios del instituto se encuentra Tom Aldous, que tiene proyectos más ambiciosos. Y cuando una noche Tom conoce a Patrice, la combinación de adulterio en las clases ilustradas y esperpento científico deviene una comedia (no en vano esta novela ganó el Premio Wodehouse) de enredos, negra en el más puro estilo Hitchcock, con cadáver incluido. Y aquí y ahora, en este mundo en los umbrales del gran cambio climático, del temido calentamiento global...
«Las incitaciones a reflexionar sobre el cambio climático abundan, y nos apremian. La opción que ha tomado McEwan es tan sorprendente como elegante; en lugar de elegir el Apocalipsis, opta por la comicidad» (Christopher Tyler, The Guardian).
«Una obra maestra de la sátira» (Lorna Bradbury, The Telegraph).
Leer un fragmento de este libro
"Ocupaba un puesto universitario honorario en Ginebra y no enseñaba allí, prestaba su nombre, su título, profesor Beard, premio Nobel, a membretes e institutos, suscribía «iniciativas internacionales», era miembro de una Comisión Real para la financiación de la ciencia, hablaba en la radio con lenguaje de profano sobre Einstein, fotones o mecánica cuántica, brindaba su consejo sobre solicitudes de becas, era asesor de tres publicaciones académicas, escribía informes y reseñas sobre la obra de sus colegas, se interesaba por los cotilleos, la política de la ciencia, las intrigas, las argucias, el aterrador nacionalismo, las sumas colosales arrancadas a ministros y burócratas ignorantes para otro acelerador más de partículas o para alquilar espacio instrumental en un satélite nuevo, asistía a congresos gigantescos en Estados Unidos –¡once mil físicos reunidos!–, escuchaba a posgraduados explicando sus investigaciones, daba con variaciones mínimas la misma serie de conferencias sobre los cálculos que apuntalaban la Combinación Beard-Einstein que le había valido el premio, concedía él mismo galardones y medallas, aceptaba títulos honoris causa y pronunciaba discursos y panegíricos al final de una cena sobre colegasjubilados o a punto de ser incinerados. Era una celebridad, por gentileza de Estocolmo, dentro de un universo restringido y especializado, e iba tirando un año tras otro, vagamente cansado de sí mismo, privado de alternativas".
domingo, 16 de enero de 2011
Polo Sur
A principios del siglo XX pocas regiones del planeta quedaban sin explorar, entre ellas, una de las más atractivas era el continente helado de la Antártida, donde se ubica el Polo Sur geográfico. En 1911 el británico Scott y el noruego Amundsen compitieron por alcanzar el Polo Sur y al final plantar allí la bandera de su país. De esta gesta se cumple un siglo y de ella han quedado testimonios escritos que dan cuenta de las experiencias narradas por sus protagonistas.
Antes, Scott y Shackleton se asociaron en 1901 y, a bordo del «Discovery», inauguraron la edad heroica de los viajes a la Antártida. Junto con el doctor Edward Wilson recorrieron 1.536 kilómetros en 94 días y llegaron a casi 1.200 kilómetros de su objetivo, teniendo que regresar tras pasar un infierno en medio del hielo. Ninguno sabía esquiar bien ni tenía experiencia guiando a los perros. Además acabaron enfermos de escorbuto y perdidos en mitad de la nada. Shackleton había aprendido poco de sus errores cuando su buque «Nimrod» se hizo a la mar en 1907. Sin Scott (nunca más recibiría órdenes de nadie) y con subalternos de confianza —entre ellos Frank Wild, que le acompañaría en la expedición del «Endurance»— partió en octubre de 1908 de Cabo Royds, en la Gran Barrera de Hielo, con diez caballos y nueve perros. Los caballos resbalaban y caían y acabaron formando parte de la dieta de los expedicionarios. A unos 160 kilómetros del Polo, hambrientos y congelados, decidieron dar la vuelta y vivir antes que alcanzar la gloria y morir.
Ese destino le estaba reservado a Robert Scott, sumándose además la amargura de no ser el primero en llegar al Polo Sur. Su expedición y la de Amundsen emprendieron la marcha en octubre de 1911; Scott siguió la huella abierta por Shackleton y, como aquel, utilizó caballos (a pesar de su demostrada inutilidad en este terreno), además de trineos a motor que no funcionaban y perros que nadie sabía guiar. Cuando llegaron a su destino comprobaron que el rival noruego, mejor pertrechado y entrenado, les había ganado por la mano. «Ha sucedido lo peor. Se han desvanecido todos los sueños», escribió Scott en su diario. «¡Santo Dios, esto es un lugar espantoso! Y ahora volver a casa, haciendo un esfuerzo desesperado». La última línea de su diario, escrita el 19 de marzo de 1912, presagiaba la tragedia. «Es una lástima, pero no creo que pueda escribir más».
Hay algunas obras de Amundsen, que merecen ser recurperadas. El explorado noruego, nacido en Borge, el 16 de julio de 1872 que además de dirigir la expedición a la Antártida que por primera vez alcanzó el Polo Sur, también fue el primero en surcar el Paso del Noroeste, que unía el Atlántico con el Pacífico, y formó parte de la primera expedición aérea que sobrevoló el Polo Norte. Acaba de aparecer la reimpresión de Polo Sur: Relato de la expedición noruega a la Antártica del Framm (1910-1912) en la Editiorial Interfolio.
La narración de Roald Amundsen en palabras de los editores es parte de "la historia de esta fabulosa hazaña, que fue ensombrecida por un enfermizo sensacionalismo que glorificó y encumbró a un perdedor incompetente: el capitán Scott, cuya expedición, víctima de una incontable sucesión de decisiones erróneas, acabaría inútilmente con su vida y con la de sus cuatro compañeros. Por el contrario, Amundsen fue dueño del impecable estilo que lo llevó a planificar, evaluar y prever hasta los detalles más nimios. Y si bien la prensa anteriormente se regocijó en el morbo del suicidio de Scott, hoy reconoce el triunfo del explorados noruego. Considerado insensible y calculador por su «cómoda victoria» frente al hielo, Amundsen se nos muestra, en la ágil narración de Polo Sur, una imagen diferente: la de un enamorado de las tierras polares. Los enamorados no son insensibles ni calculadores. Pero no todo el mundo comprende a los enamorados. Un libro que nos cuenta la historia desde el punto de vista de su protagonista, sin escatimar sentido del humor" (Editorial Interfolio).
La narración de Roald Amundsen en palabras de los editores es parte de "la historia de esta fabulosa hazaña, que fue ensombrecida por un enfermizo sensacionalismo que glorificó y encumbró a un perdedor incompetente: el capitán Scott, cuya expedición, víctima de una incontable sucesión de decisiones erróneas, acabaría inútilmente con su vida y con la de sus cuatro compañeros. Por el contrario, Amundsen fue dueño del impecable estilo que lo llevó a planificar, evaluar y prever hasta los detalles más nimios. Y si bien la prensa anteriormente se regocijó en el morbo del suicidio de Scott, hoy reconoce el triunfo del explorados noruego. Considerado insensible y calculador por su «cómoda victoria» frente al hielo, Amundsen se nos muestra, en la ágil narración de Polo Sur, una imagen diferente: la de un enamorado de las tierras polares. Los enamorados no son insensibles ni calculadores. Pero no todo el mundo comprende a los enamorados. Un libro que nos cuenta la historia desde el punto de vista de su protagonista, sin escatimar sentido del humor" (Editorial Interfolio).
Suscribirse a:
Entradas (Atom)